...no creía en lo que veía, y siempre sospechaba que en cada persona la vida auténtica, la más interesante, transcurría bajo el manto del misterio, como bajo el manto de la noche...

Antón Chéjov, La dama del perrito

martes, 14 de agosto de 2012

el preguntón




"Soy un hombre muy observador", me dice mientras se me planta delante y habla. "Visto lo extrovertido que se presenta usted unas veces y lo huraño que se nos muestra otras, ¿podría decirme si ama y odia siempre con la misma intensidad?". El hombre permanece expectante, por ver si me dejo traicionar en la perplejidad o el enfado. Puede que en ese momento le esté sonriendo muy levemente, no por condescender sino por el íntimo sarcasmo con que percibo aquella pregunta que me encausa sin piedad. Le replico: "No sé qué decirle, apenas sé discernir mis creencias convencionales de mis convicciones sinceras. Tal vez esa irresponsabilidad que, por otra parte, me enorgullece, es la que hace mi vida más soportable. Acaso usted preferiría de mí un gesto de rendición o de hundimiento por verme obligado a responderle. Se iría satisfecho pensando que me ha puesto en una ubicación ordenada y, según su tradicional criterio, cabal." No parece entenderlo o no quiere aceptarlo. Insiste: "Pero yo no le discuto sus ideas, le cuestiono sus emociones". Le miro a los ojos, me da lástima, me repugna, estoy por despreciarlo. Soy conciso: "Va a quedarse con las ganas. Confórmese con mis palabras, con mi actitud benévola hacia usted, si quiere. Medite sobre ellas o deséchelas. No me pida que le confíe mis tesoros. Hágase cargo de que mis territorios son solo míos". Movió la cabeza en un gesto de despedida, o eso pensaba él, y agradecí quedarme solo.


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